domingo, 22 de julio de 2007

¿Cómo las cuento?

Para el que no esté acostumbrado a observar las estrellas, el mirar hacia arriba en una noche oscura puede producirle un pequeño desconcierto entre los cientos –quizás miles-, de puntos luminosos que brillan con diferente intensidad al parecer sin orden aparente. Es tal la amalgama de estrellas que parece que se hubieran esparcido caprichosamente por el firmamento. A veces no hay forma de saber cuáles pertenecen a una constelación y cuáles no; es más, en ocasiones, nos cuesta encontrar la propia constelación, aunque este tipo de cielos cada vez es más infrecuente.

Por eso, desde la antigüedad, los pueblos primitivos trataron de poner un poco de orden entre este lío de astros y así hacer más fácil su identificación y aplicación práctica a aspectos tan simples de la vida cotidiana como saber la fecha exacta de la aparición de un astro en el horizonte tras meses de ausencia y así determinar el comienzo de las labores agrícolas o poder situarse en la noche en mitad del océano.

Sin embargo, las personas no avezadas en una contemplación metódica del cielo no deben dejarse desbordar por esta circunstancia. Con un mínimo de paciencia (y afición) en poco tiempo seremos capaces de orientarnos y de saber cuáles son las constelaciones más famosas, las que pueden ser vistas durante cada estación y cuáles recorren día a día el firmamento hasta perderse por el horizonte oeste durante unos meses.

No es la finalidad de estas líneas llevar a cabo un tratado en profundidad de las constelaciones, sus orígenes y denominación; para ello existen en la red infinidad de páginas, algunas excelentes, que cumplen ese cometido, por lo que dejamos a la curiosidad de cada uno el ahondar en ello. Aquí, simplemente vamos a ver el aspecto práctico a la hora de servirnos de ellas para calcular la calidad del cielo del lugar en que nos encontremos y en última instancia contribuir a hacer un modesto seguimiento del deterioro que éste pueda ir sufriendo con el paso del tiempo; por desgracia, algo frecuente en estos últimos años y en cuya defensa debemos sentirnos implicados todos aquellos que no sólo amamos la astronomía, sino el medio ambiente en general y luchamos en la defensa del entorno que nos rodea que habremos de legar a generaciones futuras.

Más o menos todo el mundo sabe que el cielo no presenta el mismo aspecto todas las noches del año. Las estrellas, aparentemente se van adelantando unos minutos cada día y al cabo de unas semanas han progresado en el cielo de tal manera que las que despuntaban por el horizonte al anochecer han tomado una considerable altura. Sería muy aburrido que el cielo fuese igual todas las noches.

Por tanto, para calcular la magnitud límite estelar (MALE) que somos capaces de vislumbrar desde nuestra casa o cualquier otro lugar, deberemos buscar qué constelaciones son visibles esa noche lo más cercanas al cenit y posteriormente buscar cuáles son las zonas que hemos de tomar como referencia. Se recomienda extraer los datos de las más cercanas a nuestra vertical para evitar, en lo posible, la interferencia de las luces del alumbrado público o incluso de la Luna, aunque las noches con Luna no es aconsejable tomar mediciones pues su brillo lo más seguro que desvirtuará los resultados.

Poniendo un ejemplo: para mediados del mes de julio, en cualquier carta celeste o página web de efemérides veremos que hacia la medianoche las constelaciones que estarán próximas al cenit son: Hércules, la Lira y el Dragón.

Yéndonos a la tabla de las zonas Male (30 en total) que podemos encontrar aquí http://www.imo.net/node/892

habrá que buscar las zonas referidas a ellas, normalmente de igual o parecida denominación. En este caso la zona 13 (Hércules-Lira) y la 15 (Hércules-Dragón). A veces las zonas se constituyen a caballo entre más de una constelación, como en este caso.

Es aconsejable imprimirlas y tenerlas a mano hasta tanto no nos las sepamos de memoria.

Identificamos sobre el papel la zona y tratamos de trasladarla al cielo teniendo cuidado de no confundir las estrellas porque algunas son débiles y cuesta encontrarlas o están rodeadas de otras de similar brillo y pueden inducir a error. Hay que contar también las de los vértices de la figura, hecho que suele olvidarse a menudo.

Si estamos en la ciudad, lo más probable es que no contemos más que unas pocas estrellas. En un entorno más oscuro, y si concedemos a la vista el tiempo natural de adaptación que ronda entre los quince y veinte minutos, nos daremos cuenta que aparecen muchas más, algunas en el límite de lo que nuestros ojos son capaces de ver. Incluso aparecerán y desaparecerán. En estos casos difíciles suele recurrirse a la visión lateral, es decir, desviando mínimamente la dirección de nuestra visual hacia un punto cercano al objeto que queremos observar.

Contamos y anotamos. Ya no nos queda nada más que reducir los datos. Reducir quiere decir que con los datos obtenidos hemos de entrar en las tablas y ver, según el número de estrellas contadas, qué magnitud le corresponde. Las tablas aparecen en la misma página citada líneas más arriba.

Es decir, que si en la zona 13 (Lira-Hércules) hemos contado 6 estrellas, por las tablas obtenemos una reducción de 4,98. Siempre es aconsejable tomar datos de dos o tres zonas y hacer el promedio. El valor final obtenido es el de la magnitud límite visual para ese lugar y ese día.

¿Esto es una ciencia exacta? Pues no. Al depender de factores tan variables como la calidad del cielo, de la humedad relativa del aire, de la agudeza visual de cada uno o la fatiga tras un tiempo prolongado de observación, los resultados no son absolutos y puede darse el caso de que dos observadores en el mismo lugar y día obtengan resultados diferentes. Pero sí ofrece la suficiente fiabilidad como para obtener un valor muy aproximado de hasta dónde podemos llegar a simple vista en nuestro cielo local.

Y a partir de aquí, cada uno puede profundizar todo lo que le apetezca. Desde establecer la Male por meses hasta la Male por cada estación del año o sacar el promedio anual de nuestro sitio habitual de observación.

En cualquier caso, es imprescindible respetar siempre un protocolo como el que -a modo de sugerencia-, se cita a continuación:

1 - Dar inicio a la sesión una vez finalizado el crepúsculo astronómico que determina el comienzo de la noche cerrada.

2 - Respetar un tiempo mínimo de adaptación visual de, al menos, quince minutos, especialmente en lugares de cielo oscuro. Si son veinte, mejor, pues es lo mínimo que el ojo necesita para una adaptación aceptable. Algunos observadores recomiendan media hora aunque eso queda al criterio de cada uno. En la ciudad, sobre todo si el alumbrado público incide en nuestra visión, puede obviarse este paso.

3 - Aconsejable una grabadora. El lápiz y papel nos hará encender la linterna y siempre produce algo de deslumbramiento que nos restará sensibilidad visual.

4 - Registrar cada día datos relativos a la fecha, hora, lugar, hora de comienzo, hora de finalización, temperatura, humedad relativa y viento del lugar, así como la posible nubosidad, así como cualquier otro dato que se estime relevante.

5 - Programación previa con cartas impresas y sabiendo qué vamos a observar.

6 - Linterna roja para consulta de cartas. De la más baja intensidad posible.

7 - Despreciar los datos obtenidos con una humedad relativa superior al 60%.

8 - Evitar noches con nubes altas que formen velos y resten transparencia.

9 - Buscar noches sin Luna o al menos, suspender la toma de datos una hora antes de su orto o hasta un intervalo similar desde su ocaso.

10 - Se deben escoger las zonas lo más próximas al cenit posibles. Si esto no es viable, al menos siempre por encima de los 45º de altura sobre el horizonte.

11 - Descansar tras un período prolongado de conteo. La fatiga visual nos hará ver estrellas donde no las hay.

12 - No “inflar” los resultados. Obtendremos datos erróneos. Sed honestos con vosotros mismos, se supone que estamos haciendo un trabajo científico.

13 - Ya sólo nos queda contar y anotar. Si estamos cansados, podemos dejar las tareas de reducción para el día siguiente.

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